Sí, Soy la Hija de Yunuen!
Retransmitiendo ésta Noche a esto de las 8:50pm.
Sí, Soy la Hija de Yunuen, pero quién no lo es en éstos días? No es más simple ser mortal y tomar el derecho consaguíneo de ponerse el título.
Soy la Hija de Yunuen aunque poco se sepa de ésto, desde mi destierro como aquella sentencia de ambulatoria a vagar por la tierra de los mortales siendo uno más, a veces supongo posibles respuestas a frases coloquiales llenas de burdos e insípidos anhelos. Cuánto desdén hay por doquier, y siendo así a ello me debo, pues me presto gustosa a interpretar cada historia grande o pequeña.
La Hija de Yunuen, la más grande luz que los demás astros jamás podrán ser, una rebelde, una caprichosa mortal, pues su padre, su amadísimo padre le ha devuelto sólo la mitad de su hermosa madre, sí, yo soy, quizá con cierto descontento, con amarga honestidad, destilando siempre un benevolente suspiro de resignación para congraciarme de la naturaleza humana, tan hospitalaria como sátira, de virtud quebrantada y supuesta a rotar bandos, lo que vaya mejor con la supervivencia.
Yo, la hija perdida, la exiliada, una más, porque al final del camino, cualquier camino, en mi mundo y el tuyo, ese es el destino, ser uno más, un completo extranjero de huella imborrable con condición pasajera en el tren del olvido.
Sí, esa soy, la hija de Yunuen, la de la otra mitad, la abortiva, resagada, olvidada, y hasta es posible que adoptada por la vida a salud del placer complaciendo a la desdicha.
Esa soy yo, la que todas las noches se para sobre una línea delgada y vuelve su rostro sobre el abismo a merced de sus pies, entre la tierra y la libertad.
Por si no me conoces, tampoco me olvides, pues mi rostro está bajo la tinta que escribe o no escribe la historia de tu vida.
Pero si por alguna razón tropiezas en el lado de mis sombras guárdate, y busca pronto pase por el valle del misterio, y será bueno que si llegas a las colinas de la ira, apeles a toda costa por el tratado de armonía.
Un astro, siempre será un astro en la potencia más alta de su esplendor, pero toda vez que lo sea, detrás de sí habrá definitivamente alguno que otro abismo negro, no pretendas pues, tentar a la curiosidad, no quieras desafiar a un torbellino siendo tú un simple mortal.
Recuerda que después de todo, además de los dotes típicos de un Rey, habrá escondido en complacencia un halo oculto de arrogancia.
Hasta entonces La Hija de Yunuen, será siempre la poderosa Hija de Yunuen, cuyo aspecto entre místico y común, con el preciso empuje de la punta amantillada de una pluma dibujando su rostro en el cielo como diamantes esparcidos que acompañan su solemne sentimiento de letanía, dejarán un recuerdo de su paso por el mundo...
Sí, Soy la Hija de Yunuen, pero quién no lo es en éstos días? No es más simple ser mortal y tomar el derecho consaguíneo de ponerse el título.
Soy la Hija de Yunuen aunque poco se sepa de ésto, desde mi destierro como aquella sentencia de ambulatoria a vagar por la tierra de los mortales siendo uno más, a veces supongo posibles respuestas a frases coloquiales llenas de burdos e insípidos anhelos. Cuánto desdén hay por doquier, y siendo así a ello me debo, pues me presto gustosa a interpretar cada historia grande o pequeña.
La Hija de Yunuen, la más grande luz que los demás astros jamás podrán ser, una rebelde, una caprichosa mortal, pues su padre, su amadísimo padre le ha devuelto sólo la mitad de su hermosa madre, sí, yo soy, quizá con cierto descontento, con amarga honestidad, destilando siempre un benevolente suspiro de resignación para congraciarme de la naturaleza humana, tan hospitalaria como sátira, de virtud quebrantada y supuesta a rotar bandos, lo que vaya mejor con la supervivencia.
Yo, la hija perdida, la exiliada, una más, porque al final del camino, cualquier camino, en mi mundo y el tuyo, ese es el destino, ser uno más, un completo extranjero de huella imborrable con condición pasajera en el tren del olvido.
Sí, esa soy, la hija de Yunuen, la de la otra mitad, la abortiva, resagada, olvidada, y hasta es posible que adoptada por la vida a salud del placer complaciendo a la desdicha.
Esa soy yo, la que todas las noches se para sobre una línea delgada y vuelve su rostro sobre el abismo a merced de sus pies, entre la tierra y la libertad.
Por si no me conoces, tampoco me olvides, pues mi rostro está bajo la tinta que escribe o no escribe la historia de tu vida.
Pero si por alguna razón tropiezas en el lado de mis sombras guárdate, y busca pronto pase por el valle del misterio, y será bueno que si llegas a las colinas de la ira, apeles a toda costa por el tratado de armonía.
Un astro, siempre será un astro en la potencia más alta de su esplendor, pero toda vez que lo sea, detrás de sí habrá definitivamente alguno que otro abismo negro, no pretendas pues, tentar a la curiosidad, no quieras desafiar a un torbellino siendo tú un simple mortal.
Recuerda que después de todo, además de los dotes típicos de un Rey, habrá escondido en complacencia un halo oculto de arrogancia.
Hasta entonces La Hija de Yunuen, será siempre la poderosa Hija de Yunuen, cuyo aspecto entre místico y común, con el preciso empuje de la punta amantillada de una pluma dibujando su rostro en el cielo como diamantes esparcidos que acompañan su solemne sentimiento de letanía, dejarán un recuerdo de su paso por el mundo...
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